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jueves, 25 de agosto de 2011

Peregrinos franceses hacia Santiago en el siglo XVII



Intento de desfalco a peregrinos en 1620.
En los procesos del siglo XVI se alude en ocasiones a personas que recorrían los caminos de Navarra; poco estimulante debía ser su aspecto, pues el calificativo, que se repite sobre esta gente, era el de “romero piojoso”. El ambiente creado no era propicio para deambular a la buena de Dios, sin un respaldo económico que disimulara cuanto no se ajustase al cumplimiento de una promesa sincera referida al señor Santiago.
El vagabundear a cuenta de los demás dejó una imagen peregrina del peor tono: así el más grave insulto, que se podía proferir contra otro, era el llamarle “hijo de romero”.
Si de ésta tan poco afectuosa consideración gozaban, no sería de mejor nota la que transmitirían más de uno de aquellos ambulantes, en cuanto salieran del territorio foral.
Los casos, que han dejado constancia en nuestra tierra de encaminarse a la tumba del Apóstol, van precedidos de una escritura notarial, disponiendo de sus bienes; por esta precaución podemos calcular la capacidad o solvencia del que se disponía a iniciar tan largo viaje. Cuentan con la economía suficiente para garantizar el cumplimiento racional y responsable de su libre promesa.
También gentes de otros países echarían sus cálculos antes de lanzarse a una andadura de varios meses; pero aun así podían surgir imprevistos bien desagradables.
Tres franceses salieron de más allá de París el verano del año 1620 con la idea de llegar a Santiago de Compostela y de ajustar algunos contratos en Segovia. Un camino equivocado hizo que llegasen a Alsasua donde comieron; acabaron esa misma tarde detenidos y al día siguiente en el cepo de Iturmendi, después, claro está, de que les limpiaran a conciencia bolsas y bolsillos.
Invirtiendo la dirección, que en realidad traían los impotentes viajeros, el saqueo se justificaba bajo el loable y recompensado celo de abortar la saca de oro del país; en definitiva, se trataba de demostrar que no venían, sino que se iban. Planearon un montaje peligroso a base de testimonios muy poco ortodoxos, que al final obligaría a discurrir más de lo imaginado a varios alsasuarras; la justicia cargaba fuerte la mano contra los falsos testimonios y contra los escribanos sorprendidos en irregularidades inherentes a su oficio.
 Pierres de Gauge montaba una caballería, su hijo Andrés y Claudio Cadue iban a pie; iniciaron el viaje desde Molins el lunes día 3 de agosto de ese 1620. Sin encontrar mayores problemas durante tres semanas largas llegaron a comer el jueves 27 del mismo mes a Bayona; aprovecharon la tarde para seguir hasta San Juan de Luz. Viéndose cercanos a la frontera cambiaron algunas monedas. El acreditado y aun imberbe mercader Nicolás Brun, que vivía junto al puente de madera, les dio en cuartillos castellanos siete escudos de oro franceses.
Cenaron y durmieron en el mesón de la viuda Gracia Venecia y de su hija Gracia Xella; hacia las 9 de la mañana siguiente reanudaron la marcha; un par de horas después llegan a un pequeño pueblo antes de acceder al “paso de Veobia que llaman de Santa María”. En éste discutieron por el precio del pasaje con los barqueros Juanes de Baguerce y Martín de Goyaga; estuvieron a punto de servirse del vado, que estaba algo más abajo de la barca, pero la caballería añadía al caso un riesgo, que era mejor evitar. Estaban advertidos de que aquellos singulares mercantes no desperdiciaban ocasión de seguir el lema de al “ave de paso, estacazo”. Su oficio de tratantes de ganado, por otra parte, les daba la experiencia necesaria para ajustar un peaje corriente, que finalmente abonaron,



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